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La Pereza
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En un refugio alejado en la cima de una montaña vivía un monje que enseñaba meditación. Todos los días miles de peregrinos transitaban un camino largo y arduo para llegar a sus prácticas. El clima era frío pero muy soleado excepto un mes al año que caía mucha nieve y el sendero se ponía dificultoso.

 

En cierta ocasión la nevada fue muy fuerte y el maestro al entrar a la sala de meditación se encontró con una sola persona.
El hombre muy abrigado le contó que había caminado siete horas bajo la nieve para poder llegar a su clase.
-Sólo en el invierno puedo saber quien ha trascendido la pereza –dijo el maestro-.

 

Esta historia nos recuerda que la pereza es uno de los mayores obstáculos de la senda yôgui. Tanto es así que no es de extrañar que muchos entusiastas abandonen el camino cuando sienten que ha llegado el momento de realizar algunos esfuerzos básicos en la práctica.
Este obstáculo es un hábito que se adquiere al ceder continuamente al gusto por la comodidad y a los atajos y a la tendencia a evitar esfuerzos.

 

Yôga es una disciplina prolongada que requiere un esfuerzo sistemático, lo que implica una reordenación energética en todos los ámbitos de la vida.
No se trata de un sacrificio sino de conquistar la tan ansiada liberación que todos anhelamos y disciplina y libertad van de la mano en la misma dirección.
Si pudiéramos vislumbrar al menos un poco que el contacto sistemático con nosotros mismos nos permite conocernos y sentir, pensar y accionar con más libertad no dudaríamos un instante en acatar mucho más la disciplina y en incorporarla a nuestra vida como el más preciado tesoro.